El Palacio de la Cotilla es conocido en Guadalajara como sede de las Escuelas y Talleres del Patronato Municipal de Cultura. Por aquí pasan niños, jóvenes y adultos a diferentes horas del día para cultivar su afición a la pintura, la música, los bailes regionales,…
Tiene un jardín posterior con fuente, cerrado durante años, muy cuidado y en que se ha ubicado un bar con terraza. Un hermoso lugar para tomar el fresco y la tertulia en la calurosas noches de verano.
Realmente su nombre es Palacio de los Torres, Marqueses de Villamejor, construido en el siglo XVII y remodelado a finales del XIX. Según algunos, el nombre de La Cotilla le viene porque estaba situado en un cerro (cotilla); según otros porque desde su ubicación controlaba la llegada y salida de viajeros que luego las criadas contaban en el mercado; y según el libro "Historias y Leyendas de Guadalajara" del veterano escritor alcarreñista Felipe María Olivier podemos encontrar lo siguiente:
"La otra leyenda, que tampoco llega a historia, y no presenta personajes conocidos, se sitúa en un lugar hoy vivo y que todos conocemos. En el palacio de la Cotilla, y la cuesta o callejón que sube hasta la plaza de San Esteban. Había allí, en el siglo XVI, un templo que tenía delante una fuente con muchos caños, a la que por las tardes acudían las mozas del barrio a recoger agua, llevando sus cántaros, y usando una larga caña que apoyaban en la alta boca de la fuente, para que pusiera sin derramar una gota el agua en sus cántaros. Charlaban y se contaban secretos de sus amas, de sus amores, de sus peripecias familiares.
Una preciosa joven que servía de criada en el palacio de los marqueses de Villamejor, callejón abajo, se quedó la última esa tarde, y llenó a tope dos cántaros, y un botijo, poniendo el más grande sobre su cabeza, y llevando los otros en sus manos. Al pasar por el callejón estrecho y serpeante que lleva desde San Esteban a la calle del Barrionuevo, un morisco rijoso se la echó encima, abrazándola y pidiéndola todo tipo de favores. Al resistirse ella, cayeron sus cántaros pesados rompiéndose sobre las piedras del pavimento. Del forcejeo, se le cayeron las cintas de su corpiño o cotilla, prenda que llevaban, muy ajustada y apretada sobre el abdomen las mujeres castellanas, para parecer más delgadas. Y corriendo, y medio desnuda, llegó al palacio donde se resguardó y la acogieron.
Desde entonces, a esa callejón (que ahora se llama calle de San Esteban) la voz popular denominó de Abrazamozas, y al palacio marquesal, por aquello de que al día siguiente se encontró a su puerta una cotilla destrozada, le llamaron de La Cotilla, hasta hoy.
Una leyenda, un sueño, una broma que adereza la médula de Guadalajara, en la que, tras tantos siglos de vida, tras tantos cambios de buenos a malos tiempos, y viceversa, finalmente queda una esencia que no se puede perder: la de esos nombres sonoros que vitalizaron sus calles y plazas (Alvar Fáñez, el Alamín, el Callejón de Abrazamozas, el palacio de la Cotilla) y hoy tratamos de encontrarles un significado, de volverles esa inocencia que no debieron perder".
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