Silencio, silencio..., decía el monarca castellano que abría el desfile sobre la carroza de presentación y miles de guadalajareños apostados en las calles, desde el Infantado hasta la Virgen de la Amparo, quedaban mudos al contemplar unas carrozas que nada tenían que ver con el desfile habitual. Algunos protestaban porque al principio no había caramelos y otros se afanaban en explicar a sus hijos los retazos de la historia que estaban contemplando, leyendo de manera apresurada el díptico informativo que iban repartiendo la avanzadilla de las carrozas.
Un trabajo artesano y con bastante rigor histórico para presentarnos de manera resumida en cinco episodios, los cinco siglos y medio que transcurren desde esa Guadalajara a finales de la Edad Media a la Guadalajara del siglo XXI. Trece carrozas, una vientena de comparsas y más de 200 actores caracterizados cuidando hasta el último detalle, en un trabajo magistral donde se veía la mano de Gentes de Guadalajara y su Tenorio Mendocino, el grupo de Mascarones y el grupo de folklore del Palacio de la Cotilla.
En el primer episodio, la carroza más espectacular, que representaba la llegada de Enrique IV a Guadalajara y la lectura del título de otorgamiento del privilegio de ciudad. Tras ella, desfilaban comparsas de las tres culturas medievales: cristianos, moros, y judios, acompañados por la música de atabales y chirimías. Allí estaba con forma de carroza el escudo de la ciudad, con la imagen de la mítica noche de San Juan de 1085, bajo un cielo de estrellas, un puñado de valientes soldados a las órdenes de Alvar Fáñez de Minaya toma al asalto la despreocupada ciudad de Wadi-l-Hiyara. Otra carroza replicaba la cultura musulmana con la iglesia de Santa María. Muchos caballos y muchos caballeros con su representación a pie de calle.
El segundo episodio, ambientado en el siglo XVI, recordaba la boda real de Felipe II con Isabel de Valois, en 1560, que convirtió Guadalajara y el Palacio del Infantado en la capital de la Corte durante cinco días de grandes fastos. Los maceros de la ciudad, los tercios de Flandes, y toda la corte mendocina revivían el séquito nupcial, incluida una carroza en la que se representaba el banquete de bodas en el Infantado y los toros de fuego, que según atestiguan los papeles de historia fueron parte del espectáculo pirotécnico con que los monarcas agasajaron al pueblo en la celebración del enlace real. Aquí acompañaban los dulzaineros "Kalaveras", bien camuflados bajo sus trajes mendocinos.
El tercer episodio, referido al siglo XVIII, el desfile recreó el homenaje que Guadalajara realizó en 1746, aclamando a Fernando VI, y que supuso la implantación de la Real Fábrica de Paños, también recreada en una carroza, con los talleres de las hilanderas. Los reyes y varias parejas que representaban los reinos de España desfilaron al son de las dulzainas de "Mirasierra", también ataviados de época.
La Guadalajara industrial de finales del siglo XIX al XX, quebaba reflejada en el cuarto episodio con Guadalajara como cuna de la Aerostación, en aquel 1896. Una carroza con un dirigible que poco recordaba al Torres Quevedo, en la manufactura, aunque sí en el espíritu y banda militar, de cornetas y tambores, traída desde Valencia, que emulaba a la Academia de Ingenieros con el próposito del recuerdo. Otra carroza, la fábrica de la Hispano-Suiza, con un auténtico coche clásico de la Hispano saliendo de la factoría y una orquestina de charlestón amenizaban la transición al siglo XX.
Cerraban el desfile los siglos XX y XXI que quizás resultaron los más descontextualizados con la identidad de la ciudad y el rigor histórico, pues aunque había una carroza del movimiento hippie y otra de música en directo con bidones de acro y radiales soltando chispas, tenía poco sello de Guadalajara y sobre todo nula continuidad con la comparsa de alcarreños (Grupo Palacio de la Cotilla) que abría este último capítulo o el desfile de coches clásicos que nos recocordaba a nuestros abuelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario